Con cada final de año se presenta la oportunidad de trazar un balance que nos devuelva una imagen de lo acontecido durante el período. Pero cuando ese balance coincide con un profundo cambio político, la exigencia y el desafío de trazar un diagnóstico certero son aún mayores.

Las pymes son el principal sector generador de empleo formal en la Argentina. A lo largo de este año supieron navegar aguas turbulentas, con la esperanza de alcanzar una orilla que les garantice cierta previsibilidad y reglas de juego claras. En los últimos tiempos se fueron acumulando serias distorsiones macroeconómicas que ahondaron una crisis evidenciada en un proceso comercial recesivo y en una inflación acelerada que se ubicó en valores insostenibles para cualquier economía.

En el mundo de las empresas, el encarecimiento de los costos golpeó de manera especial a los sectores que no son formadores de precios y que se ven obligados a trasladar parte de esos aumentos para mantener un delicado equilibrio entre sobrevivir o desaparecer.

El escenario se tornó aún más complejo ante las restricciones crecientes a las importaciones, que terminaron por bloquear el acceso a insumos necesarios para muchas pymes industriales o comerciales, en un proceso que acentuó la escasez de rentabilidad de las empresas.

En este contexto, Argentina se vio -otra vez- envuelta en un circuito financiero alejado de la economía real y la producción, volcado a un mercado especulativo que convirtió en inaccesible el crédito destinado a la inversión. Sin apoyo del sector financiero y sin asistencia crediticia no hay posibilidades para el desarrollo productivo del país.

Con todo, la volatilidad cambiaria marcó los últimos años de la economía nacional, erosionando el bolsillo de los argentinos y empujando los precios a un ritmo alarmante de subas que es necesario revertir en el corto plazo. La fuerte distorsión en los precios relativos generó un escenario que las pymes han sufrido particularmente, agudizando todavía más su capacidad de maniobra en medio de un clima de inestabilidad permanente.

Los horizontes de inversión y de contratación de personal se ven seriamente amenazados ante la falta de incentivos reales que promuevan la creación de empleo y se ajusten a las condiciones del mundo moderno, y que neutralicen así la industria del juicio o la presión fiscal desmedida sobre el empleador.

El largo año electoral no contribuyó a morigerar las expectativas negativas que ya pesaban sobre la economía. El país se sumergió en una suerte de indefinición, seriamente perjudicial para el desarrollo que la Argentina necesita. La falta de previsibilidad en el ámbito político, la imprecisión sobre un plan de estabilización y la macroeconomía envuelta en un difuso acuerdo con el Fondo Monetario Internacional arrojaron más incertidumbres que certezas.

En tiempos en que las prioridades están definidas en función del anhelado y pocas veces alcanzado equilibrio fiscal y aceptando que el desequilibrio –léase: el déficit fiscal- se define y cuantifica como un porcentaje del producto bruto de nuestro país, no es redundante puntualizar que la mitad de lo generado por nuestra economía real sale de los talleres, locales, oficinas, campos, plantaciones y depósitos de pequeñas y medianas empresas.

La ecuación es simple: a mayor trabajo y producción de nuestras pymes, mayor serán el producto bruto y la riqueza de nuestro país, y menor el déficit en términos relativos. Por eso, las pymes fueron, son y serán un actor ineludible en el diseño de cualquier política pública en nuestro país.

Argentina se encamina a un nuevo proceso político y económico que implica desafíos complejos. La gravedad de la crisis ha sido seriamente detallada por el gobierno entrante, y es de esperar que sus funcionarios tengan la pericia y el acompañamiento necesario para comenzar un proceso de correcciones ineludible.

Propugnamos que la dirigencia política, gremial, sindical y social asuma el compromiso que la hora exige, de manera de asegurar entre todos un mejor futuro para los habitantes de nuestra nación, entendiendo que la producción y el empleo argentinos son los motores de la recuperación esperada.

Autor: Alfredo González, presidente de CAME